domingo, 10 de marzo de 2013

El Callejón del Muerto (12 sur, entre 3 y 5 oriente)



Era la noche de 1785 y don Anastasio Priego, español dueño del mesón del Priego, fue sorprendido por los dolores de su bella esposa Juliana Domínguez. Era imperativo llamar a la comadrona, a pesar de que llovía a cantaros, don Anastasio salió a la calle, rumbo ala parroquia de Analco, inevitablemente era una calle obscura vio la silueta de un hombre cortándole el paso que, espada en mano, le pidió la bolsa o la vida.

-Ni lo uno ni lo otro-  contestó convencido Priego, mientras desenfundaba su magnifica espada ropera de Oaxaca con la siguiente inscripción: “no me saques sin razón, no me envidies si razón”. Inicio la lucha que esperaba fuera breve ya que su esposa esperaba a la partera desesperadamente.

Don Anastasio era un excelente espadachín y fintando a su rival, no tardo en darle una estocada mortal. Sin detenerse se dirigió a la parroquia donde consiguió traer a la partera, quien llegó a tiempo para ver como su esposa daba a luz a dos hermosos gemelos.

El alumbramiento fue de  madrugada, y Priego acompaño a de regreso a la partera a su casa. Por curiosidad se acercó a ver al lugar donde habían intentado asaltarlo.  El cuerpo de su enemigo muerto yacía rodeado de los curiosos que rogaban por el alma del difunto.

Como había sido una muerte violenta se puso una cruz en el lugar y un vecino pago misas en honor al difunto. Pero ni aun así pudieron evitar que su fantasma se apareciera en el lugar. Hasta que una noche en la parroquia de Analco el padre Francisco Ávila fue abordado por un hombre desesperado que quisiera ser confesado. Como el sacristán ya iba a cerrar la iglesia, el padre Panchito, como cariñosamente lo llamaban, le pidió que no lo hiciera porque iba a entrar al confesionario.

El tiempo transcurría y el sacristán entró a la iglesia, pero ni el sacerdote ni el hombre se encontraban. Todos los días a las siete de la mañana el padre Panchito celebraba misa, pero en esta ocasión no acudió. El párroco y el sacristán acudieron a su casa y lo encontraron muy grave, enfermo de tifus, por lo que el párroco confesó al padre y en su confesión éste le dijo que había dado absolución a un hombre que tenía mucho tiempo de muerto y que como estaba penando, venía con permiso de Dios a buscar el perdón y el descanso eterno.

Al siguiente día, el padre Panchito murió por el impacto tan fuerte de haber hablado con un difunto y verlo desaparecer al otorgarle la absolución. Se terminó el penar de esa alma y al callejón sólo le quedó el nombre del "callejón del muerto".







1 comentario:

  1. gracias por
    la informaciòn
    es para sacar diez
    en español!!!!!!!!!! jaja XD

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