Puebla es una cuna de muchos
hombres celebres, algunos se han distinguido, por sus servicios al país y otros
por su villanía. De estos últimos no hay duda que el más famoso en la época
colonial fue Martín de Villavicencio Salazar alias Martín Droga, alias Martín
Lutero, pasó a la historia por su sobrenombre más conocido Martín
Garatuza, un estafador de tal renombre
que en el diccionario aparece “
engaratusar” como un sinónimo de engaño, usado sobre todo en México y
Centroamérica.
Los historiadores afirman que
este truhán nació el 8 de Octubre de
1601, hijo de Pedro Villavicencio y doña Mercedes Salazar. Su vida anterior a
su faceta de criminal es misteriosa, se sabe que estuvo en México donde estudió
Gramática, Retórica, tal vez algo de Latín y Griego, es decir: nada practico
para ganarse el pan. Probablemente fue en México donde se le ocurrió hacerse
pasar por sacerdote, dice Carrión:
(En Puebla) cuando era presentado a alguna persona le tendía la mano
para que se la besara y le decía – “Ya tiene vuestra merced otro capellán en mi
a quien mandar, porque ya soy sacerdote”.
En 1642 en la ciudad de México estafó a un
clérigo, al pedirle un caballo prestado
porque afirmo que se le había encomendado llevar a una mujer a Puebla, vecina
del barrio de Santiago. Dicho sacerdote, no dudando de alguien que se vestía
igual que él, le prestó el caballo pero como pasó el tiempo y no se lo regreso,
fue a ver a ver a la mujer que
supuestamente se iba a llevar a Puebla. Allí se entero que Martín Garatuza le
había robado a ella también con una carta falsa de su marido, sus joyas y ropa.
Ante esa declaración el ingenuo
eclesiástico recordó que había dejado a Martín solo varias veces en su
casa, reviso sus cosas y se dio cuenta
que le faltaban sus títulos de Subdiácono, Diacono y Presbítero que guardaba en
un caja de hoja de lata.
Martín Garatuza estuvo en Oaxaca donde se hizo
pasar por un enviado del obispo de Puebla don Juan de Palafox y Mendoza. Allí
un cura le presto dinero, se le pidió que diera misa, pero fingiéndose enojado
dijo que el misal no servía, se robo las hostias, tirando una en el camino,
hasta que finalmente un comisario de la inquisición lo mando encerrar, pero
consiguió fugarse. Uno podría imaginar
que tras este episodio trataría de poner la mayor distancia posible entre él y
el santo oficio. Pero no, se dirigió a
México y se presento ante la inquisición lista a responder ante su conducta.
Los inquisidores en México, no le
rompieron los pies, ni le quebraron hueso alguno, aunque no consta lo que se
dijo en el proceso, se sabe que el santo tribunal le dio una licencia de 40
días para curarse en Puebla.
¿Cómo hizo Martín Garatuza para burlarse de un tribunal que
pocos salían vivos? El diccionario enciclopédico nos define la respuesta
claramente:
Engaratusar: hacer a uno
garatusas, engatusar.
Engatusar: ganar la voluntad de
uno con halagos para conseguir de el
alguna cosa.
Durante todo el viaje a Puebla no dejo de hablar de la belleza y magnificencia
de la capa de un personaje, tanto que su interlocutor, no tuvo mas remedio que regalársela
en cuanto llegaron a Puebla.
Otros de sus compañeros de viaje
era un jesuita al que convenció que se encontraba preso por su enemistad con
Palafox y Mendoza.
Como los jesuitas eran enemigos
jurados del Obispo de Puebla y luego Virrey de la Nueva España, no hace falta
decir que lo vio con simpatías. Al llegar a Puebla trato como lacayos a los guardias
de la inquisición, nadie más lo había hecho nunca, llamándolos pardos, zambos e
imbéciles (no bajaron bien su equipaje), dejando claro para sus acompañantes
que ese hombre era un personaje. Al descender en el Mesón del Cristo se
esparció rápidamente el “borrego” que don Martín Garatuza había llegado a
Puebla, noble caído en desgracia y todo un personaje, con el que convenía estar
bien.
Se designo una casa en la calle
de las Siempreviva para que viviera. El lugar era una casa anexa a lo que
después sería el famoso baño “ Casa de Luisa la Limpia”, destacaba por sus
pinturas que cubrían cada cuarto posible de la casa , dando al
edificio una aire de renacentista.
Garatuza más de mil engaños para
mantenerse allí. Fingía tener gota y estar necesitado de constantes baños.
Asesorado por sus amigos jesuitas enviaba cartas a las personas prominentes de
Puebla, solicitando su apoyo, muchos regresaron las cartas, algunos enviaron
dinero con ellas.
Los familiares de la inquisición
notificaban de todo al comisario de la inquisición. Finalmente este último decidió
conocer de cerca a tal ilustre personaje.
Una noche escoltado por una
guardia numerosa se movilizo al número 3 de la calle de la Siempreviva, llegando en medio de partida de naipes que
Garatuza jugaba con uno de los alcaldes mayores. El comisario abofeteo al
alcalde mayor y destrozo la mesa.
-Pero ilustrísima… - trato de defenderse el
alcalde.
-¿Cómo se atreven en jugar en
domingo? – Dijo indignado el comisario y señalando a Garatuza dijo –póngale
cadenas y directo a México.
Martín Garatuza no protestó. Solo pidió
permiso para llevar algunas cosas que tenía arriba de la casa, y no quería
perder, entre ella un catecismo, regalado por su madre en su lecho de muerte.
-De acuerdo- dijo el inquisidor
que madre tenía también.
Martín Garatuza subió lentamente
las escaleras pensando en el inminente fin que le esperaba. Al llegar al techo
recupero su agilidad, salto a la casa vecina y luego a la otra, y con unas
sabanas armo una escalera para bajar por la calle de Santa Inés, lejos de sus
acosadores, quienes lo seguían esperando a la entrada de la casa. Se llevo todo
el dinero que pudo, un traje y birrete de sacerdote. Huyó lo más lejos posible de Puebla, llegando
hasta la frontera de la Nueva España: Guadalajara, último reducto de la
civilización española antes del desierto.
Allí consiguió que unos
franciscanos lo aceptaran en un convento con el nombre de Marcos Villavicencio Solís.
En ese lugar tuvo la audacia para ayudar al guardián a confesar a 32
personas, bendijo el agua del sábado de
gloria, confesó al cura de Tlaltenango, se robó dos pesos y una capa y continuó
estafando a cuanta persona cayo en sus manos.
Finalmente el 3 de Septiembre de
1647 se le acabó la suerte al ser capturado
por la inquisición. Encadenado y bien amordazado fue llevado a México donde los
inquisidores se tomaron su tiempo para darle su merecido castigo. Le tocó ser
la estrella principal del auto de fe de lunes 30 de marzo de 1648 cargando una
vela verde, una soga en la garganta y la tradicional ropa de castigo blanca que
llevaban todos los condenados, mientras un heraldo narraba a la multitud todos
sus crímenes. Fue sentenciado a 200 azotes y 5 años de trabajos forzados como
remero en las caleras del Rey.
Martín Garatuza murió en prisión,
pero su leyendo vivió toda la época colonial. Aunque no hay nada cierto
respecto al lugar en el que estuvo preso, merece reseñarse que al restaurarse
la casa de la 7 poniente 303, para convertirla en la escuela se rescataron unas
pinturas valiosas que se conservan en el salón 703. Fuera de la casa del Deán no conozco otro
ejemplo parecido de pintura colonial en casas de carácter civil.
Me parecio interesante como un retero pudo hacer tantos crimines burlandose a mucha seguridad de prestigio, engañando para que lo ayudaran a sus trabajos.
ResponderEliminarEsta hombre se nota que no le tenia miedo pues ya que todos nacimos para morir, sin duda estoy de acuerdo a que este himbee sea una leyenda pues todo lo que hizo no cualquier persona puede hacer lo que este hombre hizo
Sorprendente
ResponderEliminarSoy yo mis :u
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