En la época colonial un obligado era la persona que tenía
la obligación de abastecer a una ciudad de determinado producto, a su cuenta y
riesgo, recompensando con un contrato que le daba grandes ganancias ya fuese
sobre la venta de carne de vaca, carnero, etc. Ser un Obligado era una distinción buscad por
muchas personas y la casa donde se expedía el producto se llamaba la
Obligación.
Don Jesús de Lanzagorta a principios del siglo XIX quería
ser un Obligado. Era un asunto difícil, porque
ese título lo habían obtenido personas como don Isidro Rodríguez de
Madrid, caballero de la orden de Santiago, o don Juan Miguel de Chavarría,
antiguo encomendero de la ciudad de
México. Soñar ni importaba, sobre todo para el hijo de un esforzado comerciante
que se había hecho solo en su natal Tehuacán. En la soledad de su casa, por la
noche, Lanzagorta solía hablar en soliloquio de lo que haría si tuviera tal
distinción.
-¡Ah si yo fuera el Obligado les demostraría lo que es un
Lanzagorta. Ni los Unanue, ni los
Ovando, ni los de la Hidalga me llegan a la mitad, sí, pero ellos tiene amigos- se lamentaba, y a mí nadie importante me conoce en esta
ciudad. Daría todo lo que tengo por tener solamente una oportunidad…-sus
palabras sonaban como una invitación a
un pacto diabólico.
Entre el hueco de estas afirmaciones entró un extraño
viento frío que lo inquieto, y pudo ver
la presencia de un hombre que se había
presentado en su sala. Era un ser
de presencia terrible, a la vez que
hermosa. Terrible porque su semblante daba un aire de maldad al ambiente
que sus ojos brillantes y hermosos no podían quitar.
-¿Acaso mi casa
es iglesia para entrar a estas horas así
en ella?- protestó indignado don Jesús.
- Debe perdonarme don Jesús- repuso sardónico el
invitado- ¿No me recordáis?
-¡Oh!, sí, usted es
el hombre de Veracruz, lo recuerdo cuando desembarcábamos en San Juan de Ulúa
en medio de esa terrible tormenta, lo extraño es que usted no dejaba de reír
mientras todos pensábamos que se iba a
hundir nuestro bote.
-Cierto, pero eso
se debe a que soy una persona acostumbrada a las tormentas, comúnmente suelo
incluso provocarlas en ese rincón del mundo, pero no hablemos de mí, he escuchado
acerca de sus aflicciones
y estoy dispuesto a ayudarlo.
-¿Cómo?- exclamó don Jesús extrañado.
- Hace rato
mencionó que daría todo por ser el Obligado de la ciudad, estoy convencido que busca el dominio
del mercado de la carne de cerdo, le recuerdo que no es fácil, pero con los
amigos adecuados y el dinero suficiente podría hacerse…
-Basta de bromas
señor- dijo Lanzagorta- quiero saber
con quién estoy hablando.
- Mi nombre no
importa y es causa de espanto para aquellos que lo escuchan, y más en una noche lúgubre y lluviosa como está, hablaremos mañana- y tal como había llegado desapareció de la escena.
Lanzagorta al día
siguiente no supo si todo había sido producto de un sueño, o era efecto del vino que tomó. Como se había levantado temprano, a las diez de la
mañana se encontró con su amigo regidor que le informó las condiciones en las
que se nombraría a un nuevo Obligado, la
fianza era enorme, proporcional a
las ganancias que se esperaban en una
año del negocio, más de 3,000 pesos como garantía de cumplimiento del trabajo. Le comunicó que habría subasta y
eran muchos los interesados.
Decepcionado don
Jesús agradeció la información y se
retiró para desayunar en su casa.
Se sorprendió al ver que su mesa ya estaba ocupada por aquel extraño personaje que la noche anterior lo había visitado.
-Don Jesús,-
inició el siniestro personaje- siéntese por favor, he estado esperando por usted, tenemos grandes asuntos que tratar.
-Vaya qué es raro
el hombre que me invita a mi propia
mesa!- exclamó Lanzagorta, pero había un
influjo en ese hombre que no permitía
negarse, y terminó sentándose.
-Un asunto
difícil es ganar el asiento de la carne
de cerdo en la ciudad, veo hombres
poderosos tratando de ganar el monopolio para surtir de carne a la población.
Don Agustín de Ovando es uno de ellos, Tomás de Garcilaso está en este mismo momento, juntando sobornos para
comprar a los regidores del cabildo de la ciudad. Con todo, si usted tuviera la cantidad de dinero podría
vencerlos.
Eso he venido a
ofrecerle
-¿Tiene usted mucho
dinero?- preguntó don Jesús
-Más de lo que
usted imagina- respondió el extraño
personaje.
-¿Cuánto?
-Lo necesario para
que usted sea el obligado- le alargó un papel agregando que solo debería firmarlo.
Lanzagorta
dudó por un momento, era ambicioso y se creía muy listo, pero tal vez no lo suficiente para comprender que el
mundo, hay alguien más listo que uno mismo.
-Si su excelencia
tuviese diez mil escudos de oro, creo que podría ser persuadido a firmar ese documento- dijo
socarronamente.
Lanzagorta sabía
que era una cifra imposible de juntar en varias vidas. Sobre todo por el origen
de su linaje. Supo que nada perdía con leer el documento que lo
comprometía a poner su alma y todo su esfuerzo para cumplir con el
compromiso. Temiendo un arrepentimiento, de la presencia, agregó unas
palabras y lo firmó.
-Llegó el tiempo
el tiempo de presentarse y os digo que uno de mis nombre es don Juan y como
noto que usted va a poner su alma y esfuerzo en el cumplimiento de este
contrato, terminamos el asunto y dejaremos que corra el tiempo y a su hora yo
estaré presente para exigir lo que me corresponde- sobre la mesa dejó diez mil escudos en oro ante el
azoro de Lanzagorta, quién nunca pudo precisar el momento en que su extraño
benefactor abandonó su casa.
Diez años pasaron de aquel entonces. Una mañana el padre
Rodrigo Ávila se encontraba descansando
en su casa cuando alguien tocó
fuertemente a la puerta. Era un enviado de la casa del Obligado; el
patrón se encontraba grave y solicitaba
la presencia de un confesor.
El padre Ávila
tomó rápidamente camino a la casa del
obligado. Don Lanzagorta era ya un
hombre famoso en la ciudad y no era
conveniente hacerlo esperar. Lo encontró en la cama, víctima de fiebres y
parecía estar fuera de sí. Únicamente hablaba incoherencias y tomó un largo rato para que empezara a
hablar con claridad.
-Padre estoy perdido. Tuve una visión y sé que esta
noche viene por mí…
-Calma don Jesús, ¿Quién
viene por usted?
- El mismo diablo.
-Vamos Señor soy un confesor, piense con claridad y
dígamelo todo.
Don Jesús le contó lo del préstamo, su nombramiento como
nuevo obligado de la ciudad, después de que sus rivales murieran en
circunstancias misteriosas. Pensando que era una broma firmó un pagaré por el
oro ofrecido, y ahora comprendía que la
garantía era su posesión más valiosa…
Pensé que tenía las de ganar- respondió lastimero
Lanzagorta- pues agregue que mientras no gastara todo el dinero el contrato no
sería valido y sólo me queda una moneda.
-Entonces no debe
preocuparse. Dijo el padre Ávila.
-Lo que se me
olvidó decirle es que si alguien me la roba perdería mi alma.
- Don Jesús esa
historia me parece increíble, pero no le abandonaré, esta noche estaré en su
casa listo a ayudar- Al amanecer le
padre Ávila se marchó prometiendo llegar a las primeras sombras de la noche.
-Esa noche hubo
una tormenta como pocas ha habido en Puebla.
Los rayos bajaban
del cielo destruyendo los campanarios de la iglesia de Analco, del Carmen
y San Agustín. Las aguas del río
crecieron y dañaron gravemente los puentes de
Analco y de San Francisco.
Mientras en la
recámara del Obligado, un Don Jesús Lanzagorta se retorcía en medio de fiebre.-
¿Y si el padre Ávila no llega?, ¿Cómo
podré defenderme?- Piensa Jesús, piensa- decía para sí.
-No va a llegar
ilustrísima, tengo la sensación que el buen Padre Ávila tuvo un contratiempo
cruzando Analco. Espero que sepa nadar. Porque si no, no creo que pueda llegar
a ninguna parte- dijo una voz grave que salía de la obscuridad-
- Eres tú-
maldito- señalando con un dedo hacia la
obscuridad.
- Así es, y vengo a cobrar mi parte, son cuarto para la
hora y a las doce tu cuerpo quedará inerme, solo necesitó que me entregues la
moneda de oro y quizá te deje otro tiempo.
- Mi moneda jamás
te la daré, - respondió Lanzagorta.
- Entonces esperaré
a que se cumpla el plazo y yo
mismo la tomaré.
-Ayúdame Señor, no
sabía lo que se hacía, perdóname…
-Ah claro, - dijo
don Juan- ahora resulta que yo te
obligué, ya sabes te leeré de nuevo el papel que firmaste hace diez años:
Muy noble y muy leal
Puebla de los Ángeles a 13 de Agosto de 1689
Yo don Juan
Lanzagorta de Urzúa e Hidalga, recibo diez mil escudos en oro pagaderos a diez
años y pongo min alma y todo mi esfuerzo para el cumplimiento de
este contrato.
El contrato no
será válido hasta que en vida se cumpla
el plazo de diez años o el deudor gaste la última moneda dad en prenda.
Don Juan Don
Jesús Lanzagorta
-Bueno, me regresas lo que te presté o espero diez
minutos y tomó lo que me pertenece- agregó don Juan.
-Sabes que todo
lo he perdido en este último año.
-Es una pena que
en esos barcos donde invertiste dinero se hayan hundido en la Florida, que
a tus puercos los haya matado esa
misteriosa enfermedad y el ayuntamiento te haya ordenado quemarlos, que las
mercancías que encargaste de México las robaran en Río Frío…
-No es justo, todo ha sido una vil treta- dijo
Lanzagorta.
-Sí, así es la
vida y ya son las doce- le respondió el maligno.
-Un momento dijo triunfante Lanzagorta- todavía tengo una
moneda de ese cofre sosteniéndola con la mano…- El reloj comenzó a dar las doce
campanadas- y también tengo esto- Sosteniendo con el otro brazo una pistola-
-¡No!- gritó don
Juan.
En ese mismo
momento Lanzagorta jaló el gatillo de la pistola con la que apuntaba a su
cabeza matándose al instante, antes de la doceava y última campanada de ese día
maldito.
El padre Ávila,
que había caído al río, no supo como con la última campanada
de las doce alguien le tendió una mano y lo sacó con vida. Maltrecho logro llegar a la casa del
Obligado. Fue recibido por los
sirvientes que le informaron que antes
de las doce, escucharon un disparo, y al entrar solo había olor a pólvora, pero
los restos del amo no estaban allí.
Ya que el diablo, enfurecido porque Lanzagorta le había
ganado la partida, emparedó en su casa
al pobre don Jesús con su último escudo de oro.
Y hasta el día de hoy, algunos
vecinos juran que en esa casa hay un
fantasma, que no es otro que el pobre Obligado tratando de ahuyentar a los que
quieran su última moneda.
Esta abierta al publico? Cuanto cuesta la entrada?
ResponderEliminarEsta abierta al publico? Cuanto cuesta la entrada?
ResponderEliminarwow imprecionante historia muchas gracias por compartir
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