domingo, 10 de marzo de 2013

Casa del obligado (7 sur esquina con la 7 poniente)




En la época colonial un obligado era la persona que tenía la obligación de abastecer a una ciudad de determinado producto, a su cuenta y riesgo, recompensando con un contrato que le daba grandes ganancias ya fuese sobre la venta de carne de vaca, carnero, etc. Ser  un Obligado era una distinción buscad por muchas personas y la casa donde se expedía el producto se llamaba la Obligación.

Don Jesús de Lanzagorta a principios del siglo XIX quería ser un Obligado. Era un asunto difícil, porque  ese título lo habían obtenido personas como don Isidro Rodríguez de Madrid, caballero de la orden de Santiago, o don Juan Miguel de Chavarría, antiguo encomendero  de la ciudad de México. Soñar ni importaba, sobre todo para el hijo de un esforzado comerciante que se había hecho solo en su natal Tehuacán. En la soledad de su casa, por la noche, Lanzagorta solía hablar en soliloquio de lo que haría si tuviera tal distinción.

-¡Ah si yo fuera el Obligado les demostraría lo que es un Lanzagorta. Ni los  Unanue, ni los Ovando, ni los de la Hidalga me llegan a la mitad, sí,  pero ellos tiene amigos- se lamentaba, y  a mí nadie importante me conoce en esta ciudad. Daría todo lo que tengo por tener solamente una oportunidad…-sus palabras sonaban como una invitación a  un  pacto diabólico.

Entre el hueco de estas afirmaciones entró un extraño viento frío que lo inquieto, y pudo  ver la presencia de un hombre que se había  presentado en su sala. Era  un ser de presencia terrible, a la vez que  hermosa. Terrible porque su semblante daba un aire de maldad al ambiente que sus ojos brillantes y hermosos no podían quitar.

 -¿Acaso mi casa es  iglesia para entrar a estas horas así en ella?- protestó indignado don Jesús.

- Debe perdonarme don Jesús- repuso sardónico el invitado- ¿No  me recordáis?

 -¡Oh!, sí, usted es el hombre de Veracruz, lo recuerdo cuando desembarcábamos en San Juan de Ulúa en medio de esa terrible tormenta, lo extraño es que usted no dejaba de reír mientras todos pensábamos que se iba  a hundir nuestro bote.

 -Cierto, pero eso se debe a que soy una persona acostumbrada a las tormentas, comúnmente suelo incluso provocarlas en ese rincón del mundo, pero no hablemos de mí, he escuchado acerca de  sus  aflicciones  y estoy dispuesto a ayudarlo.

-¿Cómo?- exclamó don Jesús extrañado.

 - Hace rato mencionó que daría todo por ser el Obligado de la  ciudad, estoy convencido que busca el dominio del mercado de la carne de cerdo, le recuerdo que no es fácil, pero con los amigos adecuados y el dinero suficiente podría hacerse…

 -Basta de bromas señor- dijo Lanzagorta-   quiero saber con quién estoy  hablando.

 - Mi nombre no importa y es causa de espanto para aquellos que lo escuchan, y más  en una noche lúgubre y lluviosa  como está, hablaremos mañana- y  tal como había llegado desapareció de la  escena.

 Lanzagorta al día siguiente no supo si todo había sido producto de un sueño,  o era efecto del vino que tomó. Como  se había levantado temprano, a las diez de la mañana se encontró con su amigo regidor que le informó las condiciones en las que se nombraría  a un nuevo Obligado, la fianza era  enorme, proporcional a las  ganancias que se esperaban en una año del negocio, más de 3,000 pesos como garantía de cumplimiento del  trabajo. Le comunicó que habría subasta y eran muchos los interesados.

 Decepcionado don Jesús  agradeció la información y se retiró para  desayunar en su casa. Se  sorprendió al ver que  su mesa ya estaba ocupada por aquel  extraño personaje que  la noche anterior lo había  visitado.

-Don  Jesús,- inició el siniestro personaje- siéntese por favor, he  estado esperando por usted,  tenemos grandes asuntos que tratar.

 -Vaya qué es raro el hombre que me invita a  mi propia mesa!- exclamó Lanzagorta, pero  había un influjo en  ese hombre que no permitía negarse, y terminó sentándose.

 -Un asunto difícil  es ganar el asiento de la carne de cerdo en la  ciudad, veo hombres poderosos tratando de ganar el monopolio para surtir de carne a la población. Don Agustín de Ovando es uno de ellos, Tomás de Garcilaso está en este mismo momento, juntando sobornos para comprar a los regidores del cabildo de la ciudad. Con  todo, si usted  tuviera la cantidad de dinero podría vencerlos.

 Eso he venido a ofrecerle

 -¿Tiene usted mucho dinero?- preguntó don Jesús

 -Más de lo que usted imagina-  respondió el extraño personaje.

-¿Cuánto?

 -Lo necesario para que usted sea el obligado- le alargó un papel agregando que solo  debería firmarlo.

 Lanzagorta dudó  por un momento, era  ambicioso y se creía  muy listo, pero tal vez  no lo suficiente para comprender que el mundo, hay alguien más listo que uno mismo.

-Si su excelencia  tuviese diez mil escudos de oro, creo que podría  ser persuadido a firmar ese documento- dijo socarronamente.

 -La  condición es aceptable- respondió el extraño.

 Lanzagorta sabía que era una cifra imposible de juntar en varias vidas. Sobre todo por el origen de su linaje. Supo que nada perdía con leer el documento que lo comprometía  a poner su alma y  todo su esfuerzo para cumplir con el compromiso. Temiendo   un  arrepentimiento, de la presencia, agregó unas palabras y lo firmó.



 -Llegó el tiempo el tiempo de presentarse y os digo que uno de mis nombre es don Juan y como noto que usted va a poner su alma y esfuerzo en el cumplimiento de este contrato, terminamos el asunto y dejaremos que corra el tiempo y a su hora yo estaré presente para exigir lo que me corresponde- sobre  la mesa dejó diez mil escudos en oro ante el azoro de Lanzagorta, quién nunca pudo precisar el momento en que su extraño benefactor abandonó su casa.

Diez años pasaron de aquel entonces. Una mañana el padre Rodrigo Ávila  se encontraba descansando en su casa cuando alguien tocó  fuertemente a la puerta. Era un enviado de la casa del Obligado; el patrón se encontraba grave y solicitaba  la presencia  de un confesor. 

 El padre Ávila tomó rápidamente  camino a la casa del obligado. Don Lanzagorta era ya un  hombre famoso en la ciudad y no era  conveniente hacerlo esperar. Lo encontró en la cama, víctima de  fiebres y  parecía estar fuera de sí. Únicamente hablaba incoherencias  y tomó un largo rato para que empezara a hablar con claridad.


 -Padre  estoy perdido. Tuve una visión y sé que esta noche viene por mí…

-Calma don Jesús, ¿Quién  viene por usted?

 - El  mismo diablo. 

-Vamos Señor soy un confesor, piense con claridad y dígamelo todo.


Don Jesús le contó lo del préstamo, su nombramiento como nuevo obligado de la ciudad, después de que sus rivales murieran en circunstancias misteriosas. Pensando que era una broma firmó un pagaré por el oro ofrecido, y  ahora comprendía que la garantía era su posesión más valiosa…

Pensé que tenía las de ganar- respondió lastimero Lanzagorta- pues agregue que mientras no gastara todo el dinero el contrato no sería valido y sólo me queda una moneda.

 -Entonces no debe preocuparse. Dijo el padre Ávila.

 -Lo que se me olvidó decirle  es que  si alguien me la roba perdería mi alma.

 - Don Jesús esa historia me parece increíble, pero no le abandonaré, esta noche estaré en su casa listo a ayudar- Al  amanecer le padre Ávila se marchó prometiendo llegar a las primeras sombras de  la noche.

 -Esa noche hubo una tormenta como pocas ha habido en Puebla.

 Los rayos bajaban del cielo destruyendo los campanarios de la iglesia de Analco, del Carmen y  San Agustín. Las aguas del río crecieron y dañaron gravemente los puentes de  Analco y  de San Francisco.

Mientras  en la recámara del Obligado, un Don Jesús Lanzagorta se retorcía en medio de fiebre.- ¿Y  si el padre Ávila no llega?, ¿Cómo podré defenderme?- Piensa Jesús, piensa- decía para sí.

 -No va a llegar ilustrísima, tengo la sensación que el buen Padre Ávila tuvo un contratiempo cruzando Analco. Espero que sepa nadar. Porque si no, no creo que pueda llegar a ninguna parte- dijo una voz grave que salía de la obscuridad-

 - Eres tú- maldito-  señalando con un dedo hacia la obscuridad.

 - Así es,  y vengo a cobrar mi parte, son cuarto para la hora y a las doce tu cuerpo quedará inerme, solo necesitó que me entregues la moneda de oro y quizá te deje otro tiempo.

 - Mi moneda jamás te la daré, - respondió Lanzagorta.

 - Entonces  esperaré  a que se cumpla el plazo   y yo mismo la tomaré.

-Ayúdame Señor, no  sabía lo que se hacía, perdóname…

 -Ah claro, - dijo don Juan-  ahora resulta que yo te obligué, ya sabes te leeré de nuevo el papel que firmaste hace diez años:

Muy noble y muy leal Puebla de los Ángeles a 13 de Agosto de 1689

Yo don Juan Lanzagorta de Urzúa e Hidalga, recibo diez mil escudos en oro pagaderos a diez años y  pongo min alma  y todo mi esfuerzo para el cumplimiento de este contrato.

El contrato no será  válido hasta que en vida se cumpla el plazo de diez años o el deudor gaste la última moneda dad en prenda.

Don Juan                              Don Jesús Lanzagorta                  
                      
-Bueno, me regresas lo que te presté o espero diez minutos y tomó lo que me pertenece- agregó don Juan.

  -Sabes que todo lo he perdido en este último año.

 -Es una pena que en esos barcos donde invertiste dinero se hayan hundido en la Florida, que a  tus puercos los haya matado esa misteriosa enfermedad y el ayuntamiento te haya ordenado quemarlos, que las mercancías que encargaste de México las robaran en Río Frío…

-No es justo, todo ha sido una vil treta- dijo Lanzagorta.

-Sí,  así es la vida y ya son las doce- le respondió el maligno.

-Un momento dijo triunfante Lanzagorta- todavía tengo una moneda de ese cofre sosteniéndola con la mano…- El reloj comenzó a dar las doce campanadas- y también tengo esto- Sosteniendo con el otro brazo una pistola-

 -¡No!- gritó don Juan.

 En ese mismo momento Lanzagorta jaló el gatillo de la pistola con la que apuntaba a su cabeza matándose al instante, antes de la doceava y última campanada de ese día maldito.

 El padre Ávila, que había caído al río, no supo como con la última  campanada  de las doce alguien le tendió una mano y lo sacó con  vida. Maltrecho logro llegar a la casa del Obligado. Fue recibido por  los sirvientes que le informaron  que antes de las doce, escucharon un disparo, y al entrar solo había olor a pólvora, pero los restos del amo  no estaban allí.

Ya que el diablo, enfurecido porque Lanzagorta le había ganado la partida,  emparedó en su casa al pobre don Jesús con su último escudo de oro.  Y hasta el día de hoy,  algunos vecinos juran  que en esa casa hay un fantasma, que no es otro que el pobre Obligado tratando de ahuyentar a los que quieran su última moneda.


3 comentarios:

  1. Esta abierta al publico? Cuanto cuesta la entrada?

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  2. Esta abierta al publico? Cuanto cuesta la entrada?

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  3. wow imprecionante historia muchas gracias por compartir

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