jueves, 21 de marzo de 2013

El Cuexcomate (Junta Auxiliar de la Libertad)



Es bueno recordar que hay dos tiempos mágicos en la historia de la humanidad. El primero corresponde a las imágenes que se presentaban a los primeros hombres que tratabas de comprender el hostil en el que habitaban. Esas imágenes están de mitos y creencias en lo sobrenatural. La explicación ultima a la que se llegaba consistía en que los fenómenos eran causa de dioses se llegaba hasta el sacrificio humano, dado como ofrenda de agradecimiento o para tratar de apaciguar la furia de los dioses.

Otro tiempo mágico está inmerso en la ciencia con todos sus avances. Nosotros abordamos en esta historia las edades antiguas con sus creencias y sus mitos.

En el año de 1064 y como lo hacían todas las noches los sacerdotes del gran templo de Cholula observaban el cielo. A medianoche, el celador nocturno miro con asombro como una de las montañas de los alrededores arrojaba fuego, y comenzaba a caer ceniza. El suceso conmociono la quietud de esos lugares y sus mentes llenas de toda clase de sortilegios, los conminaron a dar una alerta a la población y los patriarcas fueron convocados.

El volcán Popocatepelt, después de un siglo de sueño, había despertado con un tronido aterrorizando a los Cholutecas.

La pirámide como centro sagrado contemplo la alarma de los sacerdotes mientras el pueblo temeroso se reunían en las partes bajas de la monumental construcción. Los sacerdotes, a la mañana siguiente en la pirámide, comenzaron a meditar mientras observaban la ceniza cubriendo la ciudad.
   
     --La Gran Madre esta enfurecida y nos castiga arrojando fuego –dijo un sacerdote.
   
    --Las cosechas se arruinaran si sigue cayendo ceniza del cielo, ya los bosques de las montañas han empezado a arder por el fuego del volcán- expreso otro. 
    
     --Los campesinos dicen que hemos perdido el favor de los dioses se lamentó uno más. 

             Finalmente todas las miradas se dirigieron al Sumo sacerdote de Cholula, título que le pertenecía por su edad y sabiduría. Había permanecido callado, con los ojos cerrados durante toda la discusión. Hasta que el silencio cubrió la sala, abrió los ojos y dijo una sola palabra: 
    
     --Neutli.

Todos comprendieron que iba a entrar al mundo de la ilusión. Acompañados por los esclavos se retiraron al interior del templo, a través de un pasadizo secreto iniciaron el descenso por la gran pirámide de Cholula, una labor de fe y persistencia que los llevo por las distintas etapas constructivas de un edificio creado cientos de años atrás. Finalmente llegaron a su inframundo, la cueva de origen natural sobre la cual los primeros Cholutecas habían comenzado la construcción de la gran pirámide. Ahí, contenida en recipientes estaba la esencia mágica, prohibida por ley sagrada para los jóvenes que, de atreverse a usarla serian castigados con la pena de muerte. Con el pulque que mata la ansiedad y enerva los sentidos, esperaban tener las visiones que les permitieran encontrar la respuesta a las manifestaciones de la naturaleza. Cuando la bebida sagrada conmociono sus sentidos comenzaron a entender. Ahora comprendían que los dioses estaban enfurecidos. Podían ver a Quetzalcoatl, su dios más importante sangrando abundantemente y a las serpientes que se deslizaban de sus cuevas. La sangre en forma de lava manaba de la tierra; los tlaloques, duendes servidores de Tlaloc, dios de la lluvia, huían de la Gran Madre Tierra llevándose el agua que permitía crecer las cosechas. La última imagen fue significativa: la Gran Madre abría su boca para devorarlos.

Con la última visión había pasado un día. Los sacerdotes fueron despertados por los esclavos y llevados de regreso al exterior, donde el pueblo esperaba ansioso la respuesta, que no podía ser otra más que un sacrificio humano.

Cien de los mejores esclavos fueron llevados ese día a la gran pirámide. Sacrificados en lo alto, sus cuerpos rodaron por las escaleras de la pirámide y la ceniza cubrió parcialmente sus cuerpos, los Cholutecas encontraron un consuelo en esa brutal matanza. A pesar de ello, la madre naturaleza que no entiende de ríos continúo con la lluvia de ceniza.

Los sacerdotes quedaron a merced de la situación, mientras el pueblo mandaba un mensaje de rebelión y protesta. Los guardias parecían incapaces de mantener el orden, solo un fuerte tronido en el cielo, y una columna de agua hirviendo que se elevo a corta distancia de la pirámide contuvo los ánimos. Mientas se develaba el nuevo misterio los Cholultecas entraron en oración. 

Los sacerdotes enviaron mensajeros, que regresaron con la noticia del nacimiento de una montaña que lanzaba agua hirviendo con olor a muerte. Los sacerdotes iniciaron el viaje con sus literas para ver el nuevo prodigio, que parecía contener a las masas, que momentos antes estaban dispuestas a despedazar a la repentinamente inútil casta gobernante.

El lugar a donde se dirigían lucia tenebroso. Los habitantes cercanos habían huido y muchas chozas se encontraban destruidas. Una norme bola de arcilla de 13 metros de alto había nacido de la tierra misma, rompiéndola y emitiendo chorros de agua sulfurosa a gran altura. El agua era pestilente y solo de probarla sabían que era mala. Los sacerdotes regresaron a Cholula bajo el manto de la gran pirámide. 

Esa noche les quedo claro que el pequeño volcán era obra de los dioses. Los dioses en tiempo inmemorial, habían dado su sangre para que el mundo siguiera existiendo. Comprendieron que las deidades les habían mandado un mensaje, ahora era su turno. La Gran Madre exigía sangre de la realeza gobernante.

Los sacerdotes entraron en meditación. Ellos gobernaban porque el pueblo tenía fe en ellos, con sus ritos podían hacer llover y garantizaban buenas cosechas. Esa fe los mantenía a salvo, sin ella los sacerdotes perderían a su suerte y pagarían caro el pulque mujeres y tributos que habían tomado de los Cholutecas a lo largo de muchos años.

Sumo sacerdote, la Gran Madre desea que sacrifiquemos a su primogénita en la entrada al inframundo que ha abierto para nosotros -dijo repentinamente un sacerdote.
    
       -¿Cómo lo sabes? –inquirió el Sumo Sacerdote.
    
       -¡Una visión! –respondió llanamente
    
       -¡Yo también la he visto! –secundo otro.
    
        -¡Es cierto! –tercio uno más.

El Sumo sacerdote los miro con ojos tristes y la frente baja. Sabía que el destino de su hija era la muerte. Ahora solo le quedaba aquietar el ánimo del pueblo. Se dirigió a las afueras del templo y comenzó hablar:

           Pueblo de la Gran Cholula, La Gran Madre abrió la puerta de sus entrañas exigiendo ser colmada. Nos ha castigado con fuego y cenizas por nuestros grandes pecados. Ahora es nuestro turno, y la Madre será satisfecha con una ofrenda especial.
           
             Entre el pueblo corría la voz que los sacerdotes sacrificarían a uno de ellos. Algunos opinaban que el Sumo Sacerdote, cansado de su larga vida, se arrojaría al nuevo volcán. Finalmente se supo que Ameyaltzin, Pequeño Manantial, su hija favorita, sería entregada en ofrenda a la Gran Madre.

De nada sirvieron las protestas de su amada esposa favorita Aquetzalli, Agua preciosa, que al lado de Ameyaltzin lloro y suplico vehemente. Ya era tarde para las suplicas y el perdón, y la hermosa Ameyaltzin fue cargada por los guardias.

En el templo la peinaron y maquillaron con vivos colores, la vistieron con lienzos que floreaban y la rociaron con exquisitos aromas. Ameyaltzin ya era una joya viviente cuando trajeron los adornos que la acompañarían al inframundo: aretes de oro en forma de caracol, un collar de plata y oro con cuentas de jade, una deliciosa pulsera grabada con dos serpientes que entrelazadas sostenían una piedra de ónix rosa de Tecali. En ese momento de conmoción lo único que apremiaba era el tiempo. La virgen fue embriagada con el néctar que enerva los sentidos y entre cuatro musculosos esclavos la llevaron a una litera hecha con flores hacia el volcán.

Acercarse al nuevo volcán fue una proeza, ya que este arrojaba intermitentemente grandes cantidades de barro y agua, los chorros alcanzaban los 50 metros de altura. El barro impedia moverse y la comitiva se detuvo a distancia, para que la hermosa Ameyaltzin no observara los últimos sacrificios que precedían al suyo.

Los cholultecas habían capturado a varios habitantes de los alrededores y los arrojaban al volcán como preludio al sacrificio de Ameyaltzin. Los guardias los golpearon con mazos de madera y arrojaban sus cuerpos inermes a la boca, pero la tierra parecía no querer aceptarlos, y sus cuerpos salían volando por la fuerza del geiser.

El final de la princesa Ameyaltzin fue distinto. Apenas podía mantenerse en pie cuando la obligaron a descender de la litera. Los guerreros la escoltaron junto con uno de los sacerdotes hasta la base del volcán, tratándose de proteger del agua caliente que manaba hasta el cielo.

Una vez en la base el sacerdote extrajo el cuchillo ceremonial, y de un solo sesgo corto el cuello de Ameyaltzin. La filosofía obsidiana termino rápidamente la vida de la princesa seccionando venas y arterias con un corte limpio. Los guardias subieron el cuerpo y lo entregaron al Mictlan, el inframundo, aprovechando la intermitencia del agua.

A lo lejos el sumo Sacerdote observo el final de la vida de su hija. De sus ojos empezaron a salir lagrimas incontenibles e innumerables. En ese momento el agua dejo de manar del volcán,  no así el llanto del gobernante de Cholula que lloro y lloro hasta llegar a la ciudad, donde murió al pie de la casa. Los vientos se llevaron la nube oscura de ceniza. En los Cholutecas renació la fe y la esperanza. No había duda el agua volvería a sus cosechas ¡La Madre había aceptado sus sacrificios!



1 comentario:

  1. Esa historia de cuexcomate no la conocia, y es interesante como sitios como este se esfuerzan por mantener vivas historias de nuestras raíces y lo admiro bastante.

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