sábado, 20 de abril de 2013

La calle de la nahuala (7 Norte y la 8 Poniente)




Una película mexicana muy interesante que se proyectó en los cines de nuestra ciudad hace algun tiempo fue la leyenda de la nahuala. Aunque no es el ejemplo más brillante de la cinematografía nacional, si es interesante la época, ya que la historia se desarrolla en la Puebla de 1807 y nos revela el paisaje de aquel entonces con inmuebles como El Convento de San Francisco, La Casa del Alfeñique, La Biblioteca Palafoxiana, La Cocina de Santa Rosa.

Una pregunta muy interesante que muchas personas se hicieron fue: ¿Existe realmente una casa de la Nahuala?

Consultando el célebre libro de Hugo Leicht Las Calles de Puebla encontramos que hay una calle en puebla con ese nombre desde 1796. La palabra "nahuala" significa hechicera, "nahual" es:

"Un indio viejo, desaliñado, feo, de ojos redondos y colorados, que sabe transformarse en perro lanudo y sucio, para correr los campos haciendo daño y maleficios" Originalmente " eran los mismos indios, persistentes en su antigua idolatría y costumbres,.que buscaban y hacían ocultamente prosélitos, haciéndoles apostatar de las nuevas creencias. Lo ejecutaban bajo la sombra del artificio y el misterio, huyendo del castigó de las autoridades cristianas".

Referencias de otros historiadores como Cerón Zapata permiten suponer que los nahuales eran seguidores de las costumbres prehispánicas, se sabe que se ocultaban en cuevas alrededor de la Malinche, donde los indios medio cristianos peregrinaban:

"A ofrecer donaciones a sus ídolos, con plumas vistosas, de que se componen en sus festines y bailes, e incienso de la tierra que nombraban ellos copale (sic) y ocozotl (resina de pino)".

Muy probablemente estos hechiceros, sobrevivientes de la casta sacerdotal prehispánica, se vestían de animales para engañar o asustar a sus enemigos. En la ciudad de puebla todavia subsiste la calle, hoy vendría a ser la 7 norte entre la 8 y la 10 poniente.

El lirio poblano



Esta historia de amor divino nace en el s. XVI. Siempre el amor a Dios es más fuerte que todo el amor humano y cuando atrae a un corazón con la llama ardiente de la fe, no hay nada ni nadie que lo pueda impedir.

Ese fue el caso de María de Jesús, a quien cariñosamente su familia y amigos la llamaban “El Lirio Poblano”. Esta jovencita desde muy pequeña eligió el amor de Cristo y lo atesoró en su corazón hasta que estuvo en edad para desposarse con él.

Convencida de la gran vocación de su hija, su madre la apoyaba en esta bella ilusión; sin embargo su padre no quería para su hija esa vida de clausura y penitencia y hasta llegó a amenazarla con la muerte si continuaba con ese loco empeño. Llegó al límite de ponerle vigilancia para que no tuviera contacto con ninguna monja. Pero un día que iba acompañada de su hermano, fingió tener un sed como la que Cristo manifestó en el Monte Calvario y obligó a su hermano a tocar en la puerta del convento para pedir agua y cuando abrieron, la astucia la hizo entrar desesperadamente y cerrar de manera violenta la puerta.

Así fue como María de Jesús, entró a la orden de las concepcionistas y se ordenó en una primavera de 1598, como si en aquella estación lograra florecer en todo su esplendor el limpio y divino amor del Lirio Poblano.

María de Jesús fue elegida por Cristo como instrumento de la fe, al manifestarle algunos mensajes. Todas las hermanas del convento sabían que Dios se comunicaba con ella.

Ella profetizó la llegada del obispo Palafox y Mendoza; además, cuenta la leyenda que en el convento había una virgen que Sor Agustina de Santa Teresa quería vestir bajo la advocación de la Virgen del Carmen, pero hacía falta el niño y pidieron a un escultor de Sevilla que lo hiciera. El trabajo duró mucho tiempo hasta que María de Jesús al estar en oración, tuvo la visión en el preciso momento en que el escultor terminaba su trabajo y alegremente fue a comunicar la noticia a las demás religiosas.

Cuando por fin llevaron la escultura del niño al convento, en el momento que estaban abriendo la caja en la que venía el niño, milagrosamente éste salió volando y fue a refugiarse en los brazos de Sor María de Jesús; quien humildemente se hallaba detrás de las demás monjas, deseando con fervorosa impaciencia el momento de poderlo tener en sus brazos. Ante ese acto maravilloso, todas las hermanas cayeron de rodillas haciendo oración.


Casa del Alfeñique: la leyenda de un dulce amor poblano



El corazón de don Ignacio Morales latía con fuerza. Su amor pertenecía a una mujer, que al paso de los años, algunos sólo llaman “Ana”.

La belleza de esta poblana había arrebatado el sueño del herrero español, que esperaba el momento para poder casarse con ella.

Pero su prometida –aún con los planes de boda avanzados– impuso una condición para desposarse: él debía construirle “una casa de dulce”.

El amor no tiene barreras y por tanto, don Ignacio se dio a la tarea de construir una casa digna de los caprichos de su amor, su próxima esposa.

En 1790 y gastando 14 mil 900 pesos en oro, que poco significaron para conseguir  su objetivo, concluyó la casona con una dulce fachada.

Don Ignacio y Ana por fin contrajeron nupcias, y llevaron su amor a la anhelada casa de dulce, que en la actualidad es reconocida como uno de los inmuebles más hermosos de Puebla.

Su ubicación está en la 4 oriente No. 416 y actualmente, se conoce bajo el nombre de: Casa del Alfeñique, un dulce típico de la región poblana.



jueves, 4 de abril de 2013

Leyenda de los volcanes



El primer sol se llamaba Nahui-Ocelotl (Cuatro-Ocelote o Jaguar), porque el mundo habitado por gigantes, había sido destruido, después de tres veces cincuenta y dos años, por Tezcatlipoca quien convertido en jaguar dejaba mostrar la fuerza de su nahual protector.

Cuentan los mayordomos del cerrito de la gran Cholollan que un día llegó un viejo, preguntando donde estaban enterrados los gentiles. Los cuestionados se quedaron sorprendidos por tal pregunta, porque jamás habían escuchado algo igual. La pregunta obligada eran cuales gentiles, mientras que el hombre contestó que había llegado a la Gran Cholula para ver el lugar donde estaban los gigantes, los guardianes de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestra sabiduría.

Los mayordomos del templo nunca imaginaron que tales gigantes se encontraran resguardando el valle del Anáhuac, el valle poblano y que son nuestros abuelos. Los volcanes, la hermosa Iztaccihuatl y el Gran Popocatépetl.

Mentira que los pueblos de la montaña vayan al corazón de la montaña, al Tepeyolli, a pedir solamente agua, las penas de Popocatépetl y de Iztaccihuatl siempre estarán manifiestas rodando sus lágrimas sobre el valle del Anáhuac, los tiemperos, muy en el fondo saben que van a pedir el amor en la familia, el calor del hogar, la savia que vivifica a la unión de los hogares, porque el coraje de Popocatépetl está presente en sus fumarolas y las lágrimas fluyen sobre el valle para rociar las flores que recuerdan el amor perene de Iztaccihuatl. Nuestros abuelos no olvidaron la historia de amor que representan la Iztaccihuatl y el Popocatépetl.

El amor inocente, puro, el amor ideal es lo que representan nuestros volcanes, este hermoso sentimiento nace en la juventud plena, cuando las almas tienen la blancura de la nieve y la inocencia del canto del centzontle. Así se conocieron Iztaccihuatl y el joven Popocatépetl, pues desde que se vieron por vez primera, supieron que habían nacido el uno para el otro, cuando ambos jóvenes se hallaban separados, sentían un vacío en el alma similar a la necesidad de un suspiro que llena con el recuerdo del ser amado, los más recónditos vericuetos del corazón.

La sonrisa y la llama del amor, la viva luz brillaba en los ojos de Popocatépetl, la misma que motivaba a Iztaccihuatl a bailar con más sensualidad en el Cuicacalli, mientras que Popocatépetl en el Telpochcalli practicaba con más arrojo para convertirse en un gran guerrero. Poco a poco Popocatépetl fue logrando escalar los mandos militares: Chapulín, Coyote, Venado, Lobo, Serpiente, Ocelotl, Cuauhtli, de manera que su seguridad fue en aumento para solicitar la mano de Iztaccihuatl.


El padre de la muchacha prometió la mano de su hija si Popocatépetl partía a la guerra y traía como trofeo la cabeza del enemigo. Y Popocatépetl aceptó el reto. La pareja se despidió con muchas esperanzas, sin embargo Iztaccihuatl mostró sus temores ante la separación, pero Popocatépetl partió con la pena confianza de regresar victorioso y marchó a cumplir su objetivo. Pasó implacable el tiempo y la tristeza de Iztaccihuatl se iba acentuando en su rostro, que lucía grandes ojeras que la hacían ver más bella aún, el desvelo por el ser amado, la hacían estar sin ánimos por el canto y el baile porque la imagen de Popocatépetl siempre estaba en su mente.

Poyautecatl amaba en secreto a Iztaccihuatl y fraguó una mentira para lograr el amor de la hermosa mujer. Se acercó a la joven y le dijo en tono pesaroso que habían llegado noticias de la derrota del ejército en la región lejana y sentía mucho comunicarle que entre los muertos estaba su adorado Popocatépetl. Un terremoto de tristeza sacudió el cuerpo de Iztaccihuatl, quien fuera de sus sentidos corrió hacia los montes a reclamar los dioses su infortunio, sabía que Tezcatlipoca, el dios de las batallas, el dios maléfico había triunfado sobre los ruegos que le había hecho a Quetzalcoatl, la estrella de la mañana, y lo fue a encarar en las colinas y hasta que sus gritos imposibilitaron ofendió al dios de la obscuridad, quien molesto hasta lo más profundo de sus entrañas, mandó el sueño eterno a Iztaccihuatl quien cayó al suelo para no despertar jamás. Entre sueños recordaba que los abuelos se saludaban diciendo “No se caiga usted, porque gigante que se caía, se convertía en montaña”.



La Campana María (Catedral de Puebla)



Las campanas naces desde el Siglo VI ante la necesidad de convocar con sus voces a los fieles para las ceremonias religiosas o ceremonias civiles, aunque también se les ha dado la función de llamar a las lluvias, alejar a las granizadas y a las tormentas así como para ahuyentar a los espíritus malignos. Se tiene a San Paulino, obispo de Nola como el inventor de las campanas entre los años de 353 a 424 y al Papa Sabiniano, quien dispuso se tocasen en las iglesias el año de 1604.

El nombre correcto con el que se le conoce a la enorme campana de 8 toneladas 572 kilos que se encuentra en la ciudad de Puebla sobre la torre norte de nuestra hermosa iglesia catedral es María de la Concepción; los poblanos la llaman solamente “La Campana María”. Históricamente esta campana se quebró 4 veces antes de que pudiera complacer con su sonido a la Angelópolis. El héroe de fundición el maestro campanero Francisco Márquez y quedando impresa la fecha del 28 de Marzo del año de 1729 a fecha de su fundición.

Cuenta con un badajo de 5 quintales, la nimiedad de 226.5 Kg. La historia contempla  al indio de Cholula, Juan Bautista de Santiago como otro de los artífices que logró subirla hasta la torre pero la leyenda de la Campana María es de lo más hermosa y es la que a continuación le narramos:

Cuatro veces habían intentado fundir una campana que fuera la vocera de la Angelópolis y cuatro veces habían fallado en su intento. Tanto los canónigos como los fieles creían que era en castigo a su presunción y  su soberbia por tener una campana de enormes proporciones.

Francisco Márquez y su hermano Diego serían los encargados de demostrarle a la sociedad poblana la equivocada creencia que el oro y la plata le dan la sonoridad al sonido vocinglero de las campanas, pues para hacer una campana de buen sonido y con excelente tono, solamente hace falta tener las proporciones adecuadas consistentes en 80% de cobre, 10% de estaño y 10% de plomo y otro 100% de fe.

Las cuatro pruebas anteriores para fundir la campana fallaron porque la fundición se realizó a ras de suelo y en el intento por elevar al campanario la enorme obra había resentido su traslado. El talento de nuestros artesanos logró llegar a la conclusión de llevar todos los instrumentos de fundición a la bóveda de la iglesia, dentro de la torre a punto de concluirse y con esta inteligente decisión se avanzó en la labor de un 90% del trabajo a realizar. Cuando los hermanos Márquez descubrieron el molde, la hermosa obra ya sonaba en la boca de todos quienes ansiaban oír su arrebato con canto por todos los confines de la urbe.

El ansia por deleitarse con su timbre hacía que los Márquez, hubiesen conseguido a un buen grupo de gañanes para elevar la campana sobre la viga que la sostendría para propalar su sonora carcajada, pero los sacerdotes impidieron que manos tan profanas tocasen al menos la pureza de la campana que lleva el nombre de la madre de Dios.



Camote poblanos



Igual que con la industria del pan, los dulces poblanos también son variados y exquisitos; entre los que podemos mencionar: las charamuscas, las trompadas, los suspiros de monja, los borrachitos, los gaznates, los merengues, los muéganos, las pepitorias, palanquetas, alegrías, soletas, cubiletes, las natillas, calabazete, guayabete, chilacayote cristalizado y, desde luego, los camotes. Hay infinidad de leyendas, una de ellas escrita por Domingo Couoh Vázquez y publicada en la revista de Bohemia Poblana 1950. Cuenta la leyenda y dice la tradición “Que en un pueblito cerca de la ciudad de Puebla, había un convento de monjas en los albores del siglo XVIII. En los terrenos aledaños al claustro se cultivaba en abundancia el “Camotli”.

Un día, una traviesa colegiala quiso divertirse a costa de una monja que había olvidado en el fogón una olla vacía, echando en ella un camote que encontró, añadió azúcar y lo batió con el objeto de que fastidiase a la religiosa al lavar el utensilio, pues tal cocimiento se pega al trasto y es difícil de lavar. Llegó la monja olvidadiza y probó la pasta pegajosa y le gustó la “maldad” que le había echo la colegiala; se adivina que pasó con la lavada. “Poco tiempo después, la monjita y al colegiala fueron trasladadas a Puebla al Convento de Santa Clara, en donde lucían sus habilidades y la industria de su descubrimiento en las ocasiones de grandes solemnidades, pero muy especialmente cuando se trataba de agradar al delicado paladar de Su Ilustrísima, el Señor Obispo”.

La leyenda justica el “bocato di cardinalle” que ha dado fama y gloria a la Puebla de los Ángeles. Otra de esas leyendas escrita por Eva Guimbarda en el Sol de Puebla el 5 de Mayo de 1958, dice que María Guadalupe de Villalpando, sor Clara de Jesús, una monja del Bajío, encontró camotes parecidos a los de su tierra y para agradar a su padre vio la manera de conservarlos frescos y dulces para enviárselos. Otra dice que los camotes salieron del Convento de Santa Rosa, de la tradición cocina azulejada; cuna del mole poblano.

Exhacienda de Chautla



Don Tomás Gillow, inglés de nacimiento. Llegó a México en 1819 para hacerse cargo de la sucursal de joyería Roskel. Fue en México donde conoció a la Marquesa de Selva Nevada con la que contrajo matrimonio. El marquesado de Selva Nevada comprendía la hacienda de Tomacoco y la hacienda de San Antonio d Chautla; cerca de San Martín Texmelucan. Esta nueva posición de don Tomás Gillow lo hizo cambiar de actividad dedicándose a administrar las haciendas del marquesado.

Don Tomás logró hacer una gran fortuna comercializando un lote de diamantes ambarinos que se pusieron de moda por su rareza. El dinero obtenido lo invirtió en las haciendas de su esposa la Marquesa; quien repentinamente murió sin dejar testamento. Don Tomás perdería todo lo invertido, puesto que existía un testamento que nombraba herederos a los dos hijos de la difunta representados por albaceas designados en vida por la Marquesa. Sin la menos esperanza de recuperar el dinero invertido, Don Tomás Gillow quedaba en la ruina. Quiso el destino que aún joven, casara con la hija de Marquesa; de esta unión nacería Don Gregorio Eulogio Gillow, quien años después sería Obispo de Oaxaca. Por lo que recibió como herencia la hacienda de Chautla que en poco restituía la inversión y aún ante la resistencia de los albaceas que anularon su matrimonio argumentando la minoría de edad de la hija de la Marquesa.

Gracias a su tesón, al trabajo y a su fe, Tomás Gillow, logró salir  adelante. Preparó las tierras con un método que parecía descabellado ante los ojos de los demás hacendados, pues consistía en abonar las tierras con el estiércol de las bestias; ofreciendo a sus vecinos de otras haciendas, limpiar sus corrales para el logro de su objetivo.


Introdujo cambios muy significativos para la región; como el uso del arado y la pala de hierro. La producción de trigo, subió de 600 cargas anuales a mil doscientas, coincidiendo este evento con la inversión norteamericana. Para no perder sus cosechas a manos de las tropas invasoras que llegaban de las costas de Veracruz a Puebla, envió el producto al Molino del Rey en la ciudad de México; sin pensar que sería tomado por las fuerzas invasoras. Ante el abuso, Gillow presentó su reclamo al general Scott, quien indemnizó a Gillow al precio de 15 pesos la carga, teniendo que demostrar que el depósito había sido de cuatro mil cargas para que le fueran pagadas por el general norteamericano.

Este gran hombre, Tomás Gillow, tenía como superación llegar a la edad de 77 años; pues creía que las alcayatas como así llamaba a los sietes le serían fatales. Cuando pasó esta edad Don Tomás Gillow dejó de preocuparse. Curiosamente murió a la edad de 81 años en 8 de Septiembre de 1877 como extraña coincidencia.