sábado, 20 de abril de 2013

El lirio poblano



Esta historia de amor divino nace en el s. XVI. Siempre el amor a Dios es más fuerte que todo el amor humano y cuando atrae a un corazón con la llama ardiente de la fe, no hay nada ni nadie que lo pueda impedir.

Ese fue el caso de María de Jesús, a quien cariñosamente su familia y amigos la llamaban “El Lirio Poblano”. Esta jovencita desde muy pequeña eligió el amor de Cristo y lo atesoró en su corazón hasta que estuvo en edad para desposarse con él.

Convencida de la gran vocación de su hija, su madre la apoyaba en esta bella ilusión; sin embargo su padre no quería para su hija esa vida de clausura y penitencia y hasta llegó a amenazarla con la muerte si continuaba con ese loco empeño. Llegó al límite de ponerle vigilancia para que no tuviera contacto con ninguna monja. Pero un día que iba acompañada de su hermano, fingió tener un sed como la que Cristo manifestó en el Monte Calvario y obligó a su hermano a tocar en la puerta del convento para pedir agua y cuando abrieron, la astucia la hizo entrar desesperadamente y cerrar de manera violenta la puerta.

Así fue como María de Jesús, entró a la orden de las concepcionistas y se ordenó en una primavera de 1598, como si en aquella estación lograra florecer en todo su esplendor el limpio y divino amor del Lirio Poblano.

María de Jesús fue elegida por Cristo como instrumento de la fe, al manifestarle algunos mensajes. Todas las hermanas del convento sabían que Dios se comunicaba con ella.

Ella profetizó la llegada del obispo Palafox y Mendoza; además, cuenta la leyenda que en el convento había una virgen que Sor Agustina de Santa Teresa quería vestir bajo la advocación de la Virgen del Carmen, pero hacía falta el niño y pidieron a un escultor de Sevilla que lo hiciera. El trabajo duró mucho tiempo hasta que María de Jesús al estar en oración, tuvo la visión en el preciso momento en que el escultor terminaba su trabajo y alegremente fue a comunicar la noticia a las demás religiosas.

Cuando por fin llevaron la escultura del niño al convento, en el momento que estaban abriendo la caja en la que venía el niño, milagrosamente éste salió volando y fue a refugiarse en los brazos de Sor María de Jesús; quien humildemente se hallaba detrás de las demás monjas, deseando con fervorosa impaciencia el momento de poderlo tener en sus brazos. Ante ese acto maravilloso, todas las hermanas cayeron de rodillas haciendo oración.


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