jueves, 4 de abril de 2013

Leyenda de los volcanes



El primer sol se llamaba Nahui-Ocelotl (Cuatro-Ocelote o Jaguar), porque el mundo habitado por gigantes, había sido destruido, después de tres veces cincuenta y dos años, por Tezcatlipoca quien convertido en jaguar dejaba mostrar la fuerza de su nahual protector.

Cuentan los mayordomos del cerrito de la gran Cholollan que un día llegó un viejo, preguntando donde estaban enterrados los gentiles. Los cuestionados se quedaron sorprendidos por tal pregunta, porque jamás habían escuchado algo igual. La pregunta obligada eran cuales gentiles, mientras que el hombre contestó que había llegado a la Gran Cholula para ver el lugar donde estaban los gigantes, los guardianes de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestra sabiduría.

Los mayordomos del templo nunca imaginaron que tales gigantes se encontraran resguardando el valle del Anáhuac, el valle poblano y que son nuestros abuelos. Los volcanes, la hermosa Iztaccihuatl y el Gran Popocatépetl.

Mentira que los pueblos de la montaña vayan al corazón de la montaña, al Tepeyolli, a pedir solamente agua, las penas de Popocatépetl y de Iztaccihuatl siempre estarán manifiestas rodando sus lágrimas sobre el valle del Anáhuac, los tiemperos, muy en el fondo saben que van a pedir el amor en la familia, el calor del hogar, la savia que vivifica a la unión de los hogares, porque el coraje de Popocatépetl está presente en sus fumarolas y las lágrimas fluyen sobre el valle para rociar las flores que recuerdan el amor perene de Iztaccihuatl. Nuestros abuelos no olvidaron la historia de amor que representan la Iztaccihuatl y el Popocatépetl.

El amor inocente, puro, el amor ideal es lo que representan nuestros volcanes, este hermoso sentimiento nace en la juventud plena, cuando las almas tienen la blancura de la nieve y la inocencia del canto del centzontle. Así se conocieron Iztaccihuatl y el joven Popocatépetl, pues desde que se vieron por vez primera, supieron que habían nacido el uno para el otro, cuando ambos jóvenes se hallaban separados, sentían un vacío en el alma similar a la necesidad de un suspiro que llena con el recuerdo del ser amado, los más recónditos vericuetos del corazón.

La sonrisa y la llama del amor, la viva luz brillaba en los ojos de Popocatépetl, la misma que motivaba a Iztaccihuatl a bailar con más sensualidad en el Cuicacalli, mientras que Popocatépetl en el Telpochcalli practicaba con más arrojo para convertirse en un gran guerrero. Poco a poco Popocatépetl fue logrando escalar los mandos militares: Chapulín, Coyote, Venado, Lobo, Serpiente, Ocelotl, Cuauhtli, de manera que su seguridad fue en aumento para solicitar la mano de Iztaccihuatl.


El padre de la muchacha prometió la mano de su hija si Popocatépetl partía a la guerra y traía como trofeo la cabeza del enemigo. Y Popocatépetl aceptó el reto. La pareja se despidió con muchas esperanzas, sin embargo Iztaccihuatl mostró sus temores ante la separación, pero Popocatépetl partió con la pena confianza de regresar victorioso y marchó a cumplir su objetivo. Pasó implacable el tiempo y la tristeza de Iztaccihuatl se iba acentuando en su rostro, que lucía grandes ojeras que la hacían ver más bella aún, el desvelo por el ser amado, la hacían estar sin ánimos por el canto y el baile porque la imagen de Popocatépetl siempre estaba en su mente.

Poyautecatl amaba en secreto a Iztaccihuatl y fraguó una mentira para lograr el amor de la hermosa mujer. Se acercó a la joven y le dijo en tono pesaroso que habían llegado noticias de la derrota del ejército en la región lejana y sentía mucho comunicarle que entre los muertos estaba su adorado Popocatépetl. Un terremoto de tristeza sacudió el cuerpo de Iztaccihuatl, quien fuera de sus sentidos corrió hacia los montes a reclamar los dioses su infortunio, sabía que Tezcatlipoca, el dios de las batallas, el dios maléfico había triunfado sobre los ruegos que le había hecho a Quetzalcoatl, la estrella de la mañana, y lo fue a encarar en las colinas y hasta que sus gritos imposibilitaron ofendió al dios de la obscuridad, quien molesto hasta lo más profundo de sus entrañas, mandó el sueño eterno a Iztaccihuatl quien cayó al suelo para no despertar jamás. Entre sueños recordaba que los abuelos se saludaban diciendo “No se caiga usted, porque gigante que se caía, se convertía en montaña”.



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